lunes, 8 de abril de 2024



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Fotos Google. Composición D A Madeiro


Hoy me gustaría hablar de la historia de Edipo...


La verdad y las formas jurídicas – Michel Foucault











La segunda de las cinco conferencias ofrecidas por el filósofo francés Michel Foucault, en la Universidad de Río de Janeiro, Brasil, en 1973, que conocemos bajo el nombre “La verdad y las formas jurídicas”, usa la tragedia de Sófocles como punto de partida.


Cuando el particular análisis expuesto por Foucault llegó a mis manos, yo acababa de leer la obra “Edipo rey”. Me hizo sentir que debía releerla.

Dos circunstancias motivaron ese deseo: la primera, la alegría de encontrar a alguien que exponía un punto de vista coincidente con el que yo había tenido al concluir la lectura: “Edipo no sería pues una verdad de naturaleza sino un instrumento de limitación y de coacción que los psicoanalistas, a partir de Freud, utilizan para contar el deseo y hacerlo entrar en una estructura familiar que nuestra sociedad definió en un determinado momento. En otras palabras, Edipo, según Deleuze y Guattari, no es el contenido secreto de nuestro inconsciente, sino la forma de coacción que el psicoanálisis intenta imponer en la cura a nuestro deseo y a nuestro inconsciente”. Me sirvió también para conocer la existencia de un libro que espero poder leer alguna vez, “Anti-Edipo”, de Deleuze y Guattari. La segunda razón era verificar algunas afirmaciones de Foucault, vinculadas al tema del “poder” como: “lo que está en cuestión, desde el comienzo de la obra, es el poder” o “En Edipo rey, Edipo no defiende en modo alguno su inocencia, su problema es el poder y cómo hacer para conservarlo; esta es la cuestión de fondo desde el comienzo hasta el final de la obra”.

No me pareció que esto último fuera efectivamente así, al menos no de manera tan categórica.

Era necesario que releyera “Edipo rey”. Y me resultó doblemente beneficioso: Pude desarrollar mis propias conclusiones sobre las afirmaciones de Foucault y, a la vez, apreciar y valorar con mayor detalle la enorme capacidad creativa de Sófocles. También disfruté de la lectura adicional de “Edipo en Colono” y de “Antígona”.

Este escrito es el fruto ulterior de estas lecturas. No conlleva, en modo alguno, un afán de oposición a los dichos expuestos en la segunda conferencia aludida. No es ese el motor que lo mueve.

Sólo es el resultado de un volver a ver el contenido de “Edipo rey” y exponer mis humildes conclusiones sobre esta magnífica tragedia.

Inevitablemente, si se verá que no comparto la opinión expuesta por Foucault en cuanto a que “lo que está en cuestión, desde el comienzo de la obra, es el poder”. Me parece que este no es el asunto central.

Considero que en “Edipo rey” el poder es lo secundario de la trama; el eje central es la “Verdad”, sus consecuencias y la sujeción a los valores éticos imperantes en una época. Las lecturas adicionales de “Edipo en Colono” y de “Antígona” ayudan a esta conclusión.

Es oportuno tener presente que el mismo Foucault habla de esto a poco de iniciar su exposición cuando dice: “La tragedia de Edipo es... la historia de una indagación de la verdad; un procedimiento de investigación de la verdad que obedece exactamente a las prácticas judiciales griegas de esa época”.

Como un documento comprobatorio de la validez de sus propias primeras palabras, cuando dice: “Es probable que estas conferencias contengan una cantidad de cosas inexactas, falsas, erróneas”, lo vemos luego centrar su insistencia en el tema del poder, colocándolo en el centro de la escena. Esto nos obliga a recordar también su prudente consejo, muestra de gran sensatez: “Prefiero exponerlas pues, a título de hipótesis para un trabajo futuro” -Primera conferencia-.

Procuraré mostrar que la defensa que Edipo realiza no revela interés por el “poder”. Su comportamiento es la respuesta previsible de cualquier persona honesta que ve amenazada su forma de vida, que teme la alteración de su entorno habitual. En tal sentido, esto lo torna un factor secundario en la trama de la obra, en tanto que se trata de algo inherente a cualquier individuo más allá de su rango jerárquico.

No pasa lo mismo con la “Verdad” que es el elemento que, durante todo “Edipo rey”, ocupa el interés de dioses, reyes, ciudadanos y esclavos.







En la tragedia de Sófocles, el deseo de alcanzar el conocimiento exacto de una “verdad” no es aquel que afecta al filósofo o pensador interesado en profundizar su saber respecto de la esencia de las cosas.

Se trata de una “verdad” sobre meros hechos terrenales cuyo develamiento supone un inmediato efecto reparador de las dolencias de la sociedad.

El autor nos muestra a los pobladores de Tebas angustiados por la proliferación de una epidemia mortífera que castiga al campo, a los rebaños y a los niños.

Para ellos estas desgracias son una clara manifestación de la furia de la divinidad.

En tales circunstancias, entendiendo agotadas las gestiones efectuadas hasta por los propios sacerdotes que encabezan la manifestación, visitan a Edipo en actitud suplicante.

Uno puede leer en los primeros diálogos, exclamaciones tales como: “Yo, al que ustedes llaman el eminente Edipo...” o “Poderoso Edipo que reinas en el país...”. Sin embargo, esto no está incluido a efectos de resaltar expresamente el poder del personaje central. Son meras fórmulas de tratamiento al rey de iguales características que las usadas hoy ante altos cargos, por Ej.: excelentísimo señor presidente de tal, o su majestad el rey de cual. Sófocles refleja las fórmulas en uso de su época, tal como otros autores.

Es importante darse cuenta, además, que el pedido popular ante Edipo no está motivado por su condición de rey o su poder soberano.

La razón que lleva al sacerdote a acudir a Edipo es que se le considera el “salvador de la ciudad” por su anterior intervención que los libró de la maldición de la esfinge. Es por este antecedente, y confiados en que repetirá la acción salvadora, que se le pide que “busque remedio” para estos nuevos males que asolan la ciudad de Cadmo.

Sófocles muestra al rey preocupado por el sufrimiento de su pueblo y ocupado, no en su prestigio, sino en encontrar una respuesta que acabe con el mal. Por eso escucha lo que le dice el anciano y por eso ya había dispuesto el envío de su cuñado Creonte al templo de Delfos para conocer qué votos o sacrificios se debían realizar a fin de salvar a la ciudad.

Sófocles no da indicios que permitan sospechar un afán de gloria en Edipo. Muestra, más bien, a un gobernante interesado en el bienestar de su pueblo, que hace público su ruego al dios Apolo solicitándole que la corona de laureles que porta su cuñado, al que ve regresar, sea señal de los buenos augurios que tanto espera.



La llegada de Creonte es el elemento que el autor utiliza para revelar la razón que, de acuerdo a la creencia popular de su época, sería el origen de todos los males del presente.

El oráculo de Delfos le informó que el asesino de Layo, el anterior rey, se encuentra conviviendo entre el pueblo y que debe ser localizado. Sólo su destierro o su muerte apagará la peste.

Así queda claro que es la no expiación de un crimen cometido en el pasado la causa del mal. Se muestra la dura mano de los dioses castigando la inacción de los hombres que no han hecho justicia.

Esta escena deja ver a un Edipo que no tiene nada que ocultar y, sin temores, invita a Creonte a hablar frente a todos.

Desconoce los pormenores del asesinato de Layo y se manifiesta preocupado y diligente en conocer los antecedentes y aún en encontrar algún testigo que pueda aportar datos.

Incluso, consciente de la infausta suerte de su antecesor, teme que el asesino también lo mate a él. No por temor a la perdida del poder sino de su propia vida ante un oculto asesino que quizá lo mate por su sola condición de rey. Un temor similar al que vive un chofer de taxi cuando se entera del asesinato de otro chofer de su misma compañía.

Termina la escena con un Edipo que se compromete públicamente a efectuar una investigación que esclarezca el caso y haga justicia.

Esta será la “verdad” que dioses, realeza, sacerdotes, adivinos, ciudadanos y esclavos querrán conocer para que se restablezca la calma y el bienestar en la ciudad.



Prosigue el desarrollo de la obra con una tristísima súplica a cargo del Coro que acentúa la terrible desolación que devasta a la ciudad, amenazándola con la desaparición. Se clama a todos los dioses pidiendo su intervención favorable.

Edipo, atento a este ruego y a su condición de rey ordena se le informe sobre el asesino, si es que se sabe de él, sea nativo o extranjero.

Da su palabra de que, sea quien sea, hará justicia.

A todas luces, desconoce cuán trágicamente implicado está él en este asunto.

En una muestra más de su hombría de bien resalta que no debió ser necesario que un dios pidiera justicia. Les reprocha que ellos mismo debieron haberla efectuado sin demora para no dejar impune el crimen del más eminente de sus hombres y, además, su rey.

Finalmente profiere maldiciones contra el asesino y a cualquiera que le oculte.

En respuesta a estos dichos, en nombre del Coro, habla Corifeo informando que si no han noticiado nada es porque nada saben y sugiere se procure la intervención de un famoso adivino ciego, Tiresias.

Poco antes de cerrar la escena, Sófocles utiliza dos breves párrafos para resaltar el carácter honroso de Edipo. Tomar nota de ello me parece vital para conocer el punto de referencia que el autor parece desear que tengamos sobre el personaje central.

Luego de señalarle Corifeo al rey que el asesino, si estaba en el pueblo, seguramente se habrá marchado tras escuchar las imprecaciones del monarca, éste le responde que “a quien no lo asusta el crimen, tampoco lo intimidan las palabras”.

El significado de esto es claro: Se ve a Edipo consciente de la falta de valores que caracteriza a las almas dispuestas al mal y, por este medio, se lo perfila como opuesto a esta condición. Él es y será siempre respetuoso de los valores. Este análisis quedará totalmente confirmado cuando se observe como el monarca cumple y ordena cumplir sobre su propia persona la pena que él mismo había establecido para el culpable.

Sófocles nos pinta un hombre de palabra (quizá proponiendo un modelo) que pondrá la suya propia como garantía de su acción, más allá que, luego de descubrirse culpable, bien pudiera haberse escudado en frases como la pronunciada por él mismo en “Edipo en Colono”, cosa que no hizo: “Si mi padre fue prevenido por los oráculos sobre que moriría asesinado por su hijo: ¿Con qué justicia se me puede imputar eso a mí que ni había sido engendrado por mi padre ni concebido por mi madre, cuando aun no había nacido?”. En esta misma obra y casi inmediatamente después de lo expresado, Corifeo le dice al rey Teseo, en alusión a Edipo: “Vuestro huésped, Majestad, es honorable y merece ser defendido dado sus terribles desgracias”.



El nuevo personaje que incorpora Sófocles es una pieza fundamental para el crecimiento de la trama y del clima de sospecha. Por intermedio de Tiresias, el adivino ciego, una mezcla de luz y tinieblas inundará la escena, obligando a todos los personajes a apurar el desenlace.

Cuando Edipo, que lo había enviado a buscar, advierte su llegada se alegra y, cargándolo de elogios, le suplica que ayude a la ciudad.

Termina su discurso con una frase con la que, nuevamente, el autor dibuja el carácter moral del monarca: “Servir a sus semejantes es la mejor forma que tiene un hombre de utilizar su sabiduría y su riqueza”.

Tiresias se muestra desanimado y pide retirarse. Sostiene que será mejor para ambos su partida.

Edipo reitera su insistente pedido, ahora por los mismos dioses, para que diga lo que sabe.

El adivino vuelve a negarse aludiendo que no desea darle a conocer al rey su infortunio. Esta extraña actitud alimenta la incertidumbre que crecerá aún más cuando, ante un nuevo pedido (a esta altura una orden), termina por imputarle: “Tú eres el ser impuro que ensucia a esta tierra”.

Naturalmente, ante esta acusación Edipo sospecha que no se trata de un acto de adivinación sino de una conjura.

Todo comienza a precipitarse.

Resuelto a hablar, Tiresias inculpa a Edipo de ser el asesino de Layo y se lamenta por la grave situación de inmoralidad en la que este está viviendo sin saberlo.

Aumenta la ira de Edipo quien, sin dudarlo, le acusa de utilizar falsas imputaciones, que imagina obra de Creonte, a quien el adivino estaría queriendo beneficiar para erigirlo como nuevo rey y luego ser su consejero.

El auditorio queda frente a dos posiciones encontradas: Tiresias imputando el crimen de Layo a Edipo y éste defendiéndose de la acusación mostrando que se trata de una conspiración para destronarlo.

Es excelente el modo en que Sófocles genera la atmósfera de suspenso. Si prescindimos del conocimiento previo que solemos tener de la historia de Edipo, es indudable que, hasta este punto, no podemos siquiera imaginar como terminará la historia; cuanto hay de verdad y cuanto de mentira.

Interviene brevemente Corifeo para pedir a ambas partes que se serenen, entendiendo que lo dicho es mero palabrerío nacido de la cólera.

Poco después, se retira el adivino y Edipo entra en el palacio.

No podemos dejar pasar por alto la inmediata intervención del Coro por medio del cual Sófocles hace saber al público como deben verse las cosas.

Las ultimas palabras del Coro, que ha escuchado el intercambio de acusaciones precedente, indican que jamás se pondrán contra Edipo a menos que los hechos confirmen las acusaciones. Esto es debido a que, habiendo sido el salvador de la ciudad, hasta el momento no encontraron nada malo en él.

De este modo el autor nos dice que las acusaciones de Tiresias son serías pero no parecen ajustarse a la verdad que todos conocen. No hay quien pueda hablar mal de Edipo; sí elementos para pensar bien sobre él.

Seguimos frente a un hombre que se muestra a sí mismo sin culpas y del mismo modo es juzgado por los demás.



En la nueva escena entrará Creonte para defenderse de la acusación de conspiración.

Se dirigirá a los ciudadanos quienes serán representados por Corifeo exponiendo ante ellos su inocencia. Se mostrará perplejo por la actitud de Edipo.

Acto seguido este último entrará y habrá un mutuo intercambio de acusaciones y defensas, frente a los ciudadanos.

Resulta evidente que Edipo siempre es presentado como quien no tiene nada que ocultar.

Y esto es así ya que no conoce su trágico sino. Nosotros lo sabemos y eso nos hace presumir que se defiende premeditadamente. Pero solo se trata de un acto de mera supervivencia ante lo que considera ajeno a sí.

En la mutua indagación de esta escena se presenta una buena cuestión a cargo de Edipo: ¿Por qué el adivino Tiresias revela ahora quien es el asesino de Layo y no lo hizo en su momento?

Con este argumento Edipo justifica su sospecha sobre Creonte.

Este se defiende diciendo que, siendo su cuñado, no tiene necesidad de ser rey pues logra mayor aprecio y adulación del pueblo que si tuviera que ejercer el poder y realizar acciones contrarias al favor popular.

Ambas exposiciones son convincentes.

Las diferencias seguirán sin resolución hasta que aparezca un nuevo personaje en escena: Yocasta, esposa de Edipo, que más tarde se descubrirá que también es su madre.



Yocasta iniciará su discurso atribuyendo la disputa a celos particulares de cada uno de ellos; textualmente “a motivos futiles”.

De esta manera tanto la acusación sobre Edipo por parte de Tiresias como la sospecha sobre Creonte quedan descartadas para ella. Todo sería fruto de la tensa situación que se está padeciendo.

Delante de Yocasta y de los ciudadanos Creonte jura solemnemente que es inocente.

El Coro le pide a Edipo que, ante esto, lo libere de toda sospecha.

El monarca accederá pero con preocupación porque ya se instaló en él el temor de una acción en su contra aprovechando la situación de Tebas.

Creonte saldrá de escena y el diálogo que sigue estará encabezado por Yocasta y Edipo.

Enterada Yocasta de la acusación de asesinato de Layo que Tiresias pronunció sobre Edipo, esta efectúa unas revelaciones a fin de apaciguar el espíritu del rey.

Le informa que él es inocente ya que la muerte de Layo se produjo a manos de unos bandidos en un cruce de tres caminos; de modo que no fue uno sino varios los asesinos. Además, respecto del hijo de Layo, sobre el que pesaba la profecía de que mataría a su padre, a tres días de nacido fue entregado a un desconocido para que lo arrojara a un bosque. Muerto el niño la profecía no se habría cumplido resultando que, además, según manifiesta, la muerte de Layo terminó siendo fruto de un atraco de bandoleros.

El relato de Yocasta lejos de tranquilizar a Edipo lo conmueve profundamente pues le recuerda una situación vivida por él.

Cuenta que hace tiempo, en un banquete, un borracho le dijo que su padre Pólibo, el corintio y su madre Mérope, la doria, no eran en realidad sus progenitores. Desesperado Edipo les consultó sobre esto y ellos lo desmintieron. Sin embargo, acuciado por la duda, concurrió al oráculo de Delfos. Éste lo rechazó no sin antes informarle que sería el asesino de su padre y que se casaría con su madre. Por este motivo Edipo no volvió a Corinto, para evitar el cumplimiento profético. Pero andando el camino, en un cruce se le presentó un personaje de las características de Layo a quien mató en defensa propia.

Se advierte aquí lo siguiente: Edipo conoce una profecía que reúne características similares a la acusación de Tiresias pero que él aplica expresamente a aquellos que considera sus padres: Pólibo y Mérope, y que no vincula de ningún modo con los argumentos dados por el adivino.

No puede ser de otra manera. Estamos hablando de un adulto al que nadie le reveló la falsedad de su vinculo familiar.

Nuevamente su actitud es la de evitar el mal y someterse a un auto destierro para evitar el cumplimiento del nefasto vaticinio.

Luego, cuando Tiresias le habla de algo similar, pero para Edipo ajeno ya que no supone a Layo su padre, es natural que no pretenda mayor indagación y que rechace la imputación.

En este rechazo el autor nos exhibe un rasgo de la conducta humana del que más tarde nos hablará Friedrich Nietzsche en “El ocaso de los dioses”. Leemos en el punto 5 de “Los cuatro grandes errores”: “Lo desconocido involucra peligro, inquietud, zozobra; el instinto acostumbra ocuparse de eliminar estos estados penosos. Primer principio: Cualquier explicación es preferible a ninguna... cualquier representación mental que permita tornar conocido lo desconocido resulta reconfortante y se la cree cierta. Es la prueba del placer como criterio de verdad”.

Edipo se encuentra en esta situación.

Sabemos ahora que su vida es desdichada porque un oráculo le dijo que asesinaría a quien él considera su padre, Pólibo, y que se casaría con su supuesta madre, Mérope. Sabemos de su esfuerzo, separándose, alejándose de ellos, para impedir esta calamidad. Luego alguien le imputa un mal similar al que él está procurando evitar pero relacionándolo con otros personajes. Su mente se confunde, se atormenta y lucha por eliminar ese “estado penoso” y por hallar placer en la “verdad” que le es conocida, sin procurar mayor explicación que la que tiene.

Toda vez que lo veamos contrariar alguna situación se tratará de: el rechazo natural a una verdad distinta a la conocida por él o, retomando a Nietzsche, una conducta de base instintiva (cualquier explicación es preferible a ninguna).

No obstante, un recuerdo puntual –revivido tras el relato de Yocasta-, lo acontecido en un cruce de tres caminos, lo hace temblar. Y su espíritu no será tan mezquino como para impedir el avance de la verdad.

Como se ha de ver, será más bien Yocasta quien le refute una y otra vez que no hay pruebas en su contra.

Edipo no resolverá su conflicto con mentiras sino empecinándose en la verdad. Para ello hará buscar al único sobreviviente del ataque a Layo, un siervo que se recluyó en el campo. Se esperará que éste confirme si en el hecho participaron varios delincuentes como oportunamente se dijo o sólo uno.



Acto seguido queda sólo el Coro por intermedio del cual Sófocles hace saber el sentir popular: Todos están perplejos y nadie entiende como puede ser que los oráculos sobre Layo no se hayan cumplido. También le sirve para anunciar, indirectamente, la pronta resolución del conflicto: El Coro suplica la intervención de los dioses para que esto se aclare.



Los ruegos no tardarán en ser oídos pues, inmediatamente, un mensajero procedente de Corinto traerá noticias inesperadas. Anunciará que Pólibo ha muerto.

La primera en enterarse será Yocasta quien, plena de alegría, hará llamar a Edipo para noticiarlo.

Enterado el rey se mostrará consolado por no haber sido él responsable de la muerte. Sentirá que su alejamiento de Corinto tuvo sentido, más allá de que hubiera preferido –así lo manifiesta- que aquello no sucediera para disfrutar de sus padres.

Tanto él como Yocasta ven con alegría que el oráculo que había recibido en Delfos comience a carecer de sentido pues no mató a su padre, Pólibo.

En este punto, Foucault señala que Edipo no muestra tristeza por la muerte de Pólibo. Interpreta la situación como una muestra más de su marcado interés y preocupación por retener el poder, pues con esto se ve libre de sospechas y asegura su perpetuidad.

Como fuera expresado más arriba, la situación de Edipo es a todas luces dramática, al punto de verse obligado a irse para siempre de Corinto para evitar la muerte de Pólibo en sus manos.

La noticia del mensajero no le trae alegría sino un esperado sosiego pues le hace sentir que su propio sufrimiento, alejado de sus padres por la fuerza de la circunstancia, ha servido para evitar el cumplimiento de, al menos, una parte de la horrible profecía.

Es de notar que ambos, Edipo y Yocasta, durante los diálogos junto al mensajero hacen repetidas referencias a Pólibo como el “padre” de Edipo: “tu padre Pólibo”, “¿...debía yo matar a mi padre?”, “gran descanso es la muerte de tu padre”, etc.

No pasa lo mismo con el mensajero. Él nunca se refiere a Pólibo como “padre” de Edipo.

Esto muestra un cuidado del autor. ¿Por qué?. Porque será el mensajero el encargado de notificar a Edipo que Pólibo no es su padre.

Este hecho sucederá rápido.

Edipo se mostrará parcialmente tranquilo por el deceso de quien considera su progenitor ya que aun le resta evitar casarse con quien sería su madre, Mérope.

Cuando hace saber esto al mensajero, éste le informa que nada debe temer.

Otra vez, se desatará una nueva tormenta de angustias para el personaje central de la obra.

El mensajero le notifica que Pólibo no era su padre ni Mérope su madre.

Relata que él mismo lo entregó al rey de Corinto tras haberlo rescatado en el bosque Citerón, donde lo recibió a su vez de otro pastor que habría sido servidor de Layo.

La situación es aprovechada para explicar el origen del nombre del monarca. Cuando se lo recogió del bosque le desataron los tobillos que tenía perforados. Por eso el rey de Corinto lo llamó Edipo: “el de los pies hinchados” o “tobillos taladrados”.

Saliéndome un poco del relato, recuerdo aquí una apreciación de Foucault respecto del título de la obra, dice: “Es digno de tener en cuenta que... no sea: Edipo, el incestuoso o Edipo, asesino de su padre, sino Edipo, rey. ¿Qué significa la realeza de Edipo?”. A partir de allí renueva su posición sobre que el tema central es el poder, resaltado por la propia titulación.

Me parece que evaluando los análisis efectuados hasta aquí que nos permiten descartar el tema del poder como eje de la trama, podemos conjeturar una respuesta diferente al porqué del nombre de la obra.

Si pensamos al título “Edipo, rey” como una señal dada por el autor para que comprendamos que hablará de “Edipo y el poder”, tenemos que preguntarnos por qué la obra que sería su continuación se llama “Edipo en Colono”. No interpretamos este segundo título como una señal sobre que el tema será “Edipo y esa ciudad”. De hecho no se trata de eso. En cambio sabemos que sí se trata del relato que describe los últimos días de Edipo en el destierro, ciego, querido y ayudado por sus hijas y respetado hasta por el propio Teseo quien tiene palabras elogiosas para él. De aquí deducimos que “Edipo en Colono” es el equivalente a decir “La historia de los últimos días de Edipo en Colono”. Del mismo modo podemos inferir que “Edipo, rey” bien pudiera ser el equivalente a decir “La historia de los días de Edipo cuando era rey”.

La verdad última sobre si esto es así o no la guarda Sófocles y es imposible, hasta donde sabemos, pedirle respuesta. Una cosa si es segura, en “Edipo en Colono”, su última obra, quiso que su tierra natal quedara inmortalizada.

Regresemos a la escena.

Dijimos que el mensajero le notificó a Edipo que Pólibo no es su padre ni Mérope su madre. Él lo entregó al cuidado de ellos, habiéndolo recibido a su vez de manos de un servidor de Layo.

Es evidente que aquel “alivio” que implicó enterarse de la muerte de Pólibo queda totalmente destruido cuando se advierte que si éste no es su padre ni aquella su madre, aun es potencialmente capaz de cumplir el fatal presagio, si es que aun no lo cumplió

Ahora sabe que otro fue su padre y que pudiera tratarse del mismo Layo.

Conforme el relato de Yocasta y lo que sabe sobre sí mismo, hay varias coincidencias en cuanto al tema del abandono en un bosque y sobre el oráculo.

Quedará conocer si el testigo sobreviviente del atraco puede confirmar si los atacantes fueron varios o uno solo, y también si puede localizarse al pastor que entregó un recién nacido en el bosque al mensajero.

Edipo, desesperado por conocer la verdad, aunque sin duda esperando sea muy otra de la que se presenta ahora ante sus ojos, pide el auxilio de los ciudadanos (representados por el Coro) para ubicar al pastor.

Será Corifeo quien le informe que el individuo que se busca es el mismo que sobrevivió al ataque. Yocasta tendría información sobre su paradero pues le habría solicitado a ella retirarse de la ciudad al campo cuando Edipo fue hecho rey.

Tenemos aquí un enigmático personaje que guarda un enorme conocimiento. Sabe que Edipo no fue muerto cuando niño sino entregado a otra familia, y vio el cumplimiento de la profecía cuando Layo fue asesinado por éste, luego nombrado rey de Tebas y finalmente desposado con su propia madre.

Él es responsable de esta situación; es la herramienta sin la cual la profecía no se hubiera cumplido; al desoir el mandato de Layo, dejando con vida al niño, hizo posible esta sucesión de infortunios.

En el diálogo que sigue entre Edipo y Yocasta, ella se niega a darle la información requerida pero él insiste, pretende llegar hasta las últimas consecuencias.

Es entonces cuando el autor nos muestra que Yocasta ya entendió en su corazón la nefasta verdad, diciéndole: “¡Desdichado!, ¡Ojalá nunca sepas quien eres!”. Muy alterada entrará en el palacio.

Corifeo manifiesta miedo por el silencio y el precipitado alejamiento de Yocasta, preparando al auditorio para lo que vendrá: “Temo... que estallen desgracias”.

Edipo insiste en conocer su origen. Dice que no le importaría que de esta investigación resulte que fuera hijo de esclavos.

Este comentario es un recurso del autor mediante el cual muestra al atormentado Edipo refugiándose en una verdad que, aunque vergonzosa para un rey, sería para él mejor que su cruel destino. Recordemos a Nietzsche: “El instinto acostumbra ocuparse de eliminar estos estados penosos”.



Ya estamos prontos a arribar al desenlace de esta historia.

Acompañado por dos esclavos entra el tan esperado pastor, ya anciano, un fiel servidor de Layo.

Edipo coteja con el mensajero si el pastor de quien hablaba es el mismo que tiene delante y éste se lo confirma.

Un rico intercambio de preguntas y respuestas entre los tres terminará por destruir la poca esperanza que el monarca guardaba en su corazón.

Se le confirma que es hijo de Layo; que Yocasta lo entregó al pastor para que muriera en el bosque; que por compasión éste desobedeció y el recién nacido Edipo terminó siendo adoptado por Pólibo y su esposa; que fue el asesino de su padre en el cruce de los tres caminos; que Yocasta, con la que se casó, es su madre.

Preso de la más intensa angustia, entrará en el palacio, desapareciendo de escena.

Queda el Coro lamentándose por el torbellino de tribulaciones que sufre Edipo y se pregunta ¿Qué valor puede tener la felicidad de un hombre que de pronto es arrojado a tantas desgracias? El dolor agobia a toda la ciudad.

Un mensajero procedente del interior del palacio informará que Yocasta se ha suicidado y que Edipo se hirió la cuenca de sus ojos con dos broches del vestido de ella, quedando ciego.

Estas circunstancia son descriptas con una solemnidad y un dramatismo que logran conmover profundamente al auditorio.

Todo es desdicha. La vida de un hombre que parecía afortunado, elegido por los dioses, a sido trocada por el peor de los abismos.



Esta es la historia de Edipo, de un hombre que fue hecho rey por salvar a la ciudad de sus males.

No es la ambición ni el despotismo lo que lo erige como monarca. Es el servicio a favor de los otros.

Y llegará a inmolarse a sí mismo para volver a salvar a Tebas.

Sus propias palabras a Tiresias: “Servir a sus semejantes es la mejor forma que tiene un hombre de utilizar su sabiduría y su riqueza”, nos permiten percibir su altruismo.

Entregarse en manos de Creonte, su cuñado, para que se cumpla sobre sí con el castigo del destierro que él había establecido, lo dibuja entero, fiel, de palabra.

En “Antígona”, Sófocles pondrá en boca de Creonte palabras de respeto aludiendo al recuerdo de Edipo: “Ancianos, el timón de la ciudad que los dioses bajo tremenda tempestad habían conmovido, hoy de nuevo enderezan... yo... conozco bien vuestro continuo respeto al gobierno de Layo, y también, igualmente, mientras regía Edipo la ciudad; porque sé que, cuando él murió, vuestro sentimiento de lealtad os hizo permanecer al lado de sus hijos”.

“Edipo, rey” es la historia de un hombre luchando contra su destino; de uno que llegó a ser muy feliz y, sin embargo, bastó un sólo día para que lo perdiera todo.

Hablando sobre eso terminará la obra. Será Corifeo quien nos hará saber que enseñanza hay tras la tragedia de Edipo: No se puede considerar feliz a nadie hasta que no veamos llegar su ultimo día también en felicidad.

Un fragmento de la tragedia “Fenicias” de Eurípides, habla del momento en que Edipo y Antígona parten al destierro. Sintetiza perfectamente lo dicho. Allí Antígona se lamenta: “¡Dónde queda el Edipo de los grandes enigmas!”. Edipo responde: “Ya no existo, hija mía. Sólo un día en la cumbre, otro día en la nada”.



Para aquellos que aun no leyeron “Edipo, rey”, espero que este análisis haya despertado su interés en esta obra digna de lectura por su rica trama, su intriga, su valor moral, su calidad literaria.

Para los que ya lo hicieron, ojalá haya conseguido estimular su deseo de relectura.



Daniel Adrián Madeiro



Copyright © Daniel Adrián Madeiro.

Todos los derechos reservados para el autor.

lunes, 11 de febrero de 2013

SOBRE EL SER REAL

Foto Google


Hace un tiempo atrás les había dejado la inquietud de revelarles si Daniel Adrián Madeiro existe o no; si se trataba de un realidad indiscutible o de una invención o, mejor dicho, de una convención que les permite relacionarse conmigo, de interactuar.

Esta reflexión resultará algo compleja y, doy por seguro, será insuficiente desde la perspectiva de aquellos que esperan una exposición con calidad filosófica.

Pero, salvando las mediocridades de mi explicación, me parece que revelar quien soy en realidad les permitirá verme de otra manera y, a la vez, plantearse su propia identidad, quienes son Ustedes verdaderamente.

* * *
Presumo que fui gestado alrededor del mes de Octubre de 1956. Luego, nací en Junio del 57, sin completarse los nueve meses de gestación.

Mi nombre iba a ser Adrián Daniel, pero una partera entendió que el orden inverso: Daniel Adrián tenía mejor sonoridad y así quedé asentado en la libreta de nacimiento.

Una forma de ver las cosas es ponerse frente al espejo y decirse: Hola, Daniel Adrián.
Otra es reconocer que ese nombre es un hecho meramente arbitrario y, porque no, irreal.

¿Tenía yo un nombre en el vientre de mi madre?
En el mismísimo momento de la gestación, cuando era una célula para luego ser dos y así de seguido, ¿quién era yo?
Y si en lugar de Daniel Adrián me hubiesen llamado: José, Carlos, Ignacio, Evaristo, ¿yo no sería yo?

Hasta allí me parece claro que un nombre no es yo.

Todos concordarán conmigo que el número de documento no son Ustedes, es sólo un número que los identifica y codifica entre los muchos otros ciudadanos del mundo. Ustedes, no son ese número y lo saben bien.

Pongamos ahora por caso que en lugar de un nombre al nacer, fuera la costumbre llamarnos por un número único.
Valdría la misma conclusión.
Podríamos imaginar también que el documento estuviera referenciado a un nombre único en lugar de números y... sería la misma historia.

Hasta aquí, al menos yo, tengo claro que no soy realmente Daniel Adrián Madeiro del mismo modo que no soy mi número de identidad.
Ambas cosas podrían ser distintas de las que son y hasta inversamente aplicadas a mi persona sin que ello altere la realidad de que YO no soy un nombre ni un número.
Esos son elementos que se adicionan a mi ser para su desenvolvimiento en este mundo, del mismo modo que una visa nos permite acceder a otros países.

Ahora me parece que podemos ir algo más lejos.

Tomemos un espejo.

Vemos reflejada a una persona que, a fuerza de repetición, concluimos que somos nosotros.

¿Somos nosotros o es la imagen de un envase material desde el que nosotros nos desenvolvemos?

Sabemos claramente que no somos el auto que manejamos pero, cuando se trata de nuestro cuerpo las cosas cambian. ¿Por qué?

Volvamos al espejo. Ahí nos encontramos con alguien que identificamos con YO.

Hagamos un gran esfuerzo y busquemos cambiar ese rostro por uno con una piel de color distinto; cambiemos también los ojos, el ancho de la nariz, el grosor de los labios, el largo, textura y color del cabello.

Si lo logramos podremos sentir cierto temor pero, si nos sobreponemos al cambio, podremos darnos cuenta que somos nosotros pero, ahora, en otro envase.

Imaginemos tener un sexo opuesto al que tenemos. Y seguiremos siendo nosotros.

Y hay una sola razón para que esto sea así: YO no es el nombre que tenemos, ni el número de nuestro documento, ni el hombre o mujer que vemos en el espejo.

YO es el ser real que, más allá de nuestra apariencia física y sus adornos, se encuentra ahora transitando esta experiencia en el mundo.

¿Vendremos de otras experiencias en otros lugares?
¿Iremos hacia otras experiencias?

La ciencia nos cuenta que somos átomos en constante e infinito movimiento, ondas de luz, seres formados con el polvo del universo.

Pero esto quizá sólo refiera a lo material que somos y no a nosotros mismos, a nuestro YO.

Mientras tanto, para mi algo es seguro: Somos muy diferentes de lo que vemos en el espejo, algo superior a nuestras experiencias materiales.
Con este cuerpo o con otros, quizá hasta sin ningún cuerpo, YO seguiría siendo YO.

¿Cómo me imaginará un ciego?
¿Cómo me verá DIOS?

Daniel  Adrián  Madeiro (por darle un nombre)

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor

UN ANÁLISIS SOBRE EL ENSAYO “UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA” DE SIGMUND FREUD

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Esta supuesta entrevista fue muy leída
y me procuró, entre otras, la siguiente
carta de un médico americano.

Una experiencia religiosa – Sigmund Freud

Es evidente que expondré algunas observaciones personales surgidas después de la lectura del ensayo de S. Freud, titulado “Una experiencia religiosa”.
Aunque se trata de un escrito pequeño que no presenta mayores dificultades en su texto, informo que utilizaré la traducción de Luis López Ballesteros y de Torres, tomo XIV de las Obras Completas de Freud, de Editorial Iztaccihuatl S A, México D F., páginas 309 a 313.
Freud inicia su discurso informando que cierto periodista publicó una entrevista a él nunca efectuada. A raíz de esto, recibe cartas de lectores, entre otras la de un médico americano que transcribiré a continuación y de la que se sirve como base para elaborar su conjetura.
La carta del médico estadounidense (supongo que a eso se refiere al decir americano) dice:  “...Lo que más me ha impresionado ha sido su respuesta a la pregunta de si creía en una subsistencia de la personalidad después de la muerte. Según el informador, habría contestado usted secamente: Eso me tiene sin cuidado.
Le escribo hoy para comunicarle un suceso vivido por mí el año mismo en que terminaba mis estudios universitarios. Una tarde que me encontraba en el quirófano, encontraron el cadáver de una anciana y lo colocaron sobre una de las mesas de disección. Hondamente impresionado por la expresión de serena dulzura de aquel rostro muerto, pensé en el acto: No, no hay Dios; si hubiera un Dios, no habría permitido que una mujer tan bondadosamente amable viniera a la sala de disección.
Al regresar luego a casa, abrigaba la firme decisión de no volver a entrar en una iglesia. Las doctrinas del cristianismo me habían inspirado ya antes graves dudas.
Pero cuando me hallaba reflexionando sobre todo esto, surgió en mi alma una voz que me aconsejó meditar mi resolución. Mi razón respondió a esta voz: Si alguna vez adquiero la certeza de que los dogmas cristianos son verdaderos y de que la Biblia es la palabra de Dios, los aceptaré sumisamente.
En los días siguientes, Dios hizo sentir claramente a mi alma que la Biblia es la palabra de Dios, que todo lo que nos enseña sobre Jesucristo es verdad y que Jesús es nuestra única esperanza. Desde entonces, Dios se me ha revelado con otros muchos signos inequívocos.
Como “hermano médico” (brother physician) le ruego que medite sobre cuestión tan esencial y le aseguro que si lo hace sinceramente, Dios revelará a su alma la verdad, como a mí y a otras muchas personas...

¿QUIÉN ES EL GREGORIO SAMSA DE FRANZ KAFKA?

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Dedicado a una excelente persona
llamada Manuel Santamaría.

Al despertar Gregorio Samsa una mañana,
tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama
convertido en un monstruoso insecto

La metamorfosis – Franz Kafka

Antes de que alguien ocupe su tiempo en averiguar si el presente título remeda el que fuera dado a una conferencia brindada por el filósofo alemán Martín Heidegger, “¿Quién es el Zaratústra de Nietzsche?”, doy fe que así es. Me pareció apropiado acomodar la forma de aquel a la intención de mostrar mis conclusiones sobre quién es el Gregorio Samsa de Franz Kafka.
Debo agradecer la relectura del relato “La metamorfosis” a un compañero de trabajo que, en algún momento, hablando del tema, me indicó su opinión de que el mismo trataba sobre la discriminación. Esa persona es el Sr. Manuel Santamaría al que hago referencia en la dedicatoria.
Yo no recordaba fielmente la narración y volver a leerla resultó ser un trabajo de revisión muy gratificante. No llegué a la misma conclusión que mi amigo; no considero que la discriminación sea el tema que motoriza sus páginas. Pero se descubrirá -eso espero- que la transformación que sufre Gregorio Samsa nos dice muchas cosas sobre el propio Kafka.
No me parece tampoco que yo haya descubierto algo no sospechado, intuido o quizá dicho con anterioridad sobre este relato.
Espero, no obstante, que el presente trabajo brinde algún elemento de interés que sea evaluado favorablemente por los amantes del escritor checoslovaco.
Me permitiré sugerir a quienes no lo leyeron o no recuerdan bien el relato, que tomen contacto con el mismo. Esto favorecerá la comprensión del presente análisis dado que, durante toda su extensión, aludiré a distintos pasajes que es preciso tener frescos en la memoria.

La metamorfosis” o “La transformación” de Kafka es una larga narración cuya base argumental podemos sintetizar con sus palabras iniciales: “Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto”.

SOBRE EL LIBRE ALBEDRIO

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...nos creemos seguros de esas multiformes “verdades”
de la experiencia de la vida, del actuar, investigar,
crear y creer.  Nosotros mismos defendemos
lo “obvio” contra cualquier pretensión
de ponerlo en tela de juicio y cuestionarlo”.

De la esencia de la verdad – Martín Heidegger

Voy a exponer mi percepción con respecto a la idea de la libertad. Para ser más preciso: qué es lo que pienso sobre lo que se ha dado en llamar “libre albedrío”.
Las preguntas usuales que sirven como antesala a este tipo de exploración intelectual suelen ser: ¿Es libre el hombre?. ¿Existe efectivamente el libre arbitrio?. Por el contrario, ¿Existe el hado?; ¿Está escrito nuestro destino?.
Al hablar de “libre albedrío” entendemos la potestad de obrar por reflexión y elección. Se desprende de ello que el hombre es un ser libre, que elige sus propios pasos conforme su propia evaluación sobre lo que desea o considera más conveniente para sí mismo.
Sirva esta breve introducción para pasar de lleno al desarrollo de este tema.

Un punto de partida para deliberar sobre este asunto, está vinculado a la existencia de DIOS y en particular a uno de sus atributos.
Entre las cualidades divinas, dentro de la filosofía occidental, se encuentra la omnisciencia, esto significa: el conocimiento de todas las cosas reales y posibles.
Para algunos, este atributo presenta un problema respecto del “libre albedrío”. Ello surge de la pregunta: Si DIOS sabe todas las cosas, sabe también el porvenir del hombre. Entonces, si conoce el futuro de cada ser: ¿Es libre el hombre siendo que su hacer será siempre aquel que la mente de DIOS ya conoce anticipadamente?.
Así, la omnisciencia echaría por tierra la libertad humana.
Con intención de desdibujar esta elocuente conclusión, algunos pensadores pretenden mostrar a DIOS como alejado, por propia voluntad, de su capacidad de conocer todo futuro.
Sin embargo, la existencia de esta facultad, refrenada o no, pone al desnudo la falta de libertad de acción.
La posibilidad de conocer con absoluta certeza todos los acontecimientos futuros, cualidad aceptable en un ser por encima de todos los seres al que llamamos DIOS, hace razonable entender en Él la potestad de saber el principio, medio y fin de cada individuo.
Esta divina certeza la encontramos en textos como la Biblia donde se atribuye a DIOS la capacidad de transmitir a determinados individuos llamados profetas, acontecimientos que tendrán lugar en el futuro.
El crédito que se brinda a las profecías, no es exclusivo de occidente; también se encuentra en las religiones orientales y acompaña al hombre desde la antigüedad, mostrándonos una marcada aceptación sobre la capacidad suprema de la inteligencia divina.
Así, y dando valor de verdad a la existencia de un ser al que llamamos DIOS, con las características que para nuestra visión le serían propias, entre las que incluimos la omnisciencia, es lícito suponer que Él conoce todo sobre nosotros. De ese modo puede conocer desde el embrión, y aun mucho antes que ello, nuestras características físicas, químicas, psicológicas, etc. Teniendo presente el alcance ilimitado de este atributo, que implicaría igual conocimiento sobre todos los entes del universo, esto supondría la capacidad de prever la interrelación de cada individuo con otra persona, cosa o circunstancia.
DIOS podría saberlo todo, hasta el mínimo detalle.
Desde esta perspectiva, todo parece señalar la inexistencia del “libre albedrío

NOSOTROS, LOS ANIMALES HUMANOS

Foto "Silueta" de Rubén Omar


Sexualmente, el mono desnudo se encuentra hoy en día
en una situación un tanto confusa. Como primate es
 impulsado en una dirección; como carnívoro por adopción,
 es impulsado en otra; y como miembro de una
complicada comunidad civilizada, lo es incluso en otra.

El mono desnudo, Cap.II –Desmond Morris

Antes de que surjan quienes juzguen mal mi exposición viendo en ella sólo un conjunto de argumentos preparados para justificar una debilidad humana característica de los machos, quiero dejar sentado que no se trata de eso.
Lo que aquí escriba es el reflejo de una larga meditación sobre el porqué de cierta conducta masculina; específicamente de aquella que se podría describir como: la tendencia a mirar con detenimiento las formas femeninas.
Será, no lo dudo, algo que no convencerá plenamente a las mujeres cuyos novios o maridos sufran esta “dolencia”. Pero confío en que abrirá en ellas un espacio de comprensión, un modo de resignado entendimiento de la situación que, aunque nunca lo confesarán, les ayudará a reconocer internamente lo involuntario e irresoluble de este viril comportamiento.

Todos, o al menos la gran mayoría de nosotros, hemos visto un campo sembrado de trigo, maíz, girasol, vid, manzanos, arroz, u otros vegetales.
Quizá no personalmente, pero sí tenemos conocimiento de esas cosas a través de fotos aéreas publicadas en enciclopedias o en Internet, por ejemplo.
Es frecuente también ver obras pictóricas en las que se aprovecha la simetría y cambios de tonalidad que acompañan los sembrados, con un fin estético.
Este paisaje de un campo sembrado es algo que la humanidad ve desde los primeros años en que se asentó sobre la tierra, desde que dejó de ser nómada.
Seguramente, en nuestro inconsciente habitan recuerdos de nuestros ancestros en referencia a esta imagen.
Nadie podrá negar que se trata de algo viejísimo, que vemos desde hace añares.
Si bien durante un viaje por una ruta campestre disfrutamos de su visión, al cabo de un tiempo de andar comenzamos a dedicar nuestra atención al periódico, las vacas, los carteles publicitarios, etc.
La causa de nuestro aburrimiento es obvia: Es algo que vemos hace miles de años.

Hay otro paisaje que no tiene la misma data; es muy reciente. Comenzó a verse con escasa frecuencia en los primeros años del siglo XX y fue creciendo en extensión durante su segunda mitad.
Es una vista que se disfruta exclusivamente durante la época estival.
Se trata de las grandes extensiones de la rubia arena que bordea el mar celeste, sembradas de bronceados dorsos femeninos que transforman la playa en una réplica de ondulantes colinas y marcadas depresiones pertenecientes a la más hermosa geografía: el cuerpo de una mujer.
¡No es lo mismo que ese campo sembrado de trigo tantas veces visto antes!.
¡No es igual que esa vid con sarmientos y racimos similares unos a otros!.
No hace falta ser hombre para comprender que es un paisaje exclusivo, único, irrepetible; que cambia constantemente, que respira, que palpita, que muestra un fruto más deseable que la mejor manzana y que durante miles de años antes, jamás estuvo expuesto a la vista de todos como ahora lo está.

Cualquiera que quiera ser sincero consigo mismo no tendrá dificultad en reconocer que, en el 99% de los casos, las uniones amorosas, el amor entre un hombre y una mujer, comienza por una recíproca aprobación de la apariencia física del otro. Si el que veo no me gusta no me enamoraré.
Por supuesto, hay la posibilidad de ganar puntos con la inteligencia, la calidad humana, etc., pero estoy hablando de nuestra inclinación “natural”, no de las definiciones que pudieran surgir luego de sopesar el asunto. Si naturalmente no nos interesara la belleza o fealdad de una persona, nos casaríamos con cualquiera, total la vejez siempre terminará por arrebatarle toda hermosura física.
La gente, mujeres y hombres, no acostumbra gustar de alguien que encuadre dentro de lo establecido bajo la calificación de “feo” o “fea”.
Las personas que componen la sociedad han establecido “naturalmente”, por una cuestión no racionalizada, una serie de parámetros por los que, en general, sin que se trate de una acción elitista premeditada, los “feos” quedan afuera.
Esta inclinación a valorar especialmente la belleza física parece estar muy acentuada en los hombres o, al menos, ser más manifiesta en ellos que en las mujeres.
No refleja más que una absoluta verdad la bien conocida frase: “Un vello del pubis femenino, tira más fuerte que una yunta de bueyes”.  
El hombre es subyugado por la belleza de una mujer; su cuerpo puede encandilarlo como si mirara un tesoro soñado.
Sobre cuál es la causa de este comportamiento, no tan visible en ellas, me parece propicio exponer mi propia teoría.
Para el hombre y para la mujer de hoy en día las relaciones sexuales son una fuente “mutua” de placer.
Pero no fue así en el pasado.
Desde siempre el macho disfrutó del cuerpo de la hembra. Cuando quiso tener coito con alguna de ellas lo hizo sin problemas. Apoyado en su fuerza física, por las buenas o por las malas, satisfizo su apetito sexual sin que ello le implicara un sufrimiento posterior.
Sin remordimiento de conciencia por las consecuencias adversas para su eventual y desafortunada (las más de las veces) compañera (estamos hablando de los primeros años de la existencia humana, de alto carácter animal), disfrutó y solo disfrutó de la mujer.
Para las mujeres la situación fue la opuesta. Se vieron sufriendo la imposición de un hecho no siempre deseado e incluso, aun así, desprovisto de un interés por conocer su parecer o sus deseos por parte del hombre.
Las mujeres fueron, literalmente, violadas. Toda vez que un hombre deseaba coito sólo tenía que imponer su fuerza física sobre el, para este caso bien llamado, “sexo débil”.
La mujer no elegía. El hombre sí.
No es extraño ni inexplicable entonces que el hombre, hasta el día de hoy vea en la mujer un ser que puede proveerle todo el placer sexual que él desea. Ha sido así durante miles de años. En principio por la fuerza y posteriormente organizando una estructura a su servicio a la que llamó “prostitución”.
Tampoco sorprende que la mujer tenga sus reservas en cuanto a manifestarse abiertamente deseosa de un hombre. Durante miles de años fue víctima de violaciones.

Pero pasó el tiempo y aquello que fue de un modo hoy es diferente.
La mujer se liberó gracias a la ciencia. No quedará embarazada si no lo desea. La civilización o culturización de los machos le permite disfrutar de derechos que nunca poseyó; ser respetada como un par.
El macho ya no puede disponer de las hembras tal como hacía en el pasado remoto, pero ha recibido una compensación: Puede disfrutar de su belleza física, fantasear con sus cuerpos, dada la libertad de la que ahora disponen las mujeres para exhibir sus formas semidesnudas o desnudas según las costumbres de cada lugar.

Algo más.
Todos saben que la maternidad es la debilidad de cualquier mujer. ¿Cuál entre todas ellas no se queda boquiabierta frente a un bebé?. No hay prácticamente una sola que no sea seducida por la presencia de un niño de pecho.
Pues bien señoras: del mismo modo que para ustedes es irrefrenable el impulso que las lleva a gozar de un niñito, y eso está bien y responde a vuestra naturaleza, así también los hombres nos vemos impelidos a disfrutar de los cuerpos femeninos que se cruzan en nuestro camino. Y es tan natural nuestro comportamiento como lo es el de ustedes.
Es tan irrefrenable nuestra inclinación a esa actitud como lo es que ustedes queden absortas frente a un bebé.

Quizá no habrá entre las lectoras quienes lo reconozcan, pero así es la naturaleza humana. Podemos negarnos a verla. No podemos evitar que exista.
Finalmente, nada de lo que he dicho debe ser interpretado como una justificación para violar los pactos de fidelidad que cada pareja ha establecido para sí. No me gustaría que alguien aproveche mi discurso para justificar sus enredos amorosos.

Daniel  Adrián  Madeiro

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.

DIOS, 666 Y TECNOLOGÍA

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No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido...

Fragmento de un antiguo soneto de autor desconocido

Hace algunos días atrás, más exactamente el 2 de mayo de 2005, recibí un correo electrónico muy interesante enviado por una amiga de México; una de esas buenas y cálidas personas que tuve el gusto de conocer gracias a la Internet.
En el mismo se adjuntaba un archivo en formato pps, titulado “Nueva moneda del mundo.
Con mi esposa compartimos su texto e imágenes, mas no pudimos abstraernos del sabor apocalíptico de esa presentación.
Ambos tenemos un punto de vista coincidente sobre el modo de valorar una profecía. A la hora del análisis consideramos muy importante ser: respetuosos y lo más objetivos posible.
Pero, como verán, leer este mensaje sin mayores prevenciones, favorece la alarma.
Para quienes les interese, pueden encontrarlo publicado en varios sitios de Internet.
Seguidamente, les transcribo su contenido:

APORTE DEL CRISTIANISMO A LA MUJER

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Una inspección sobre la mirada 
y la contribución de la religión cristiana 
al papel femenino en la historia.

La idea de escribir este brevísimo ensayo nació de manera simultánea a la lectura del texto que se expone algo más abajo.
Se trata de un pasaje de la clase dictada por Michel Foucault, el 22 de enero de 1975, en el Collége de France y recogida en el libro “Los anormales”.
Allí, luego de exponer las pericias realizadas sobre un caso conocido con el nombre de “hermafrodita de Rouen” y hecho público por los escritos de uno de los médicos intervinientes, J. Duval, se transcribe de manera informal el pensamiento de este perito en cuanto a la falta de un discurso apropiado para abordar la sexualidad femenina, acompañado de su punto de vista (el de Duval) respecto de la influencia positiva sobre la visión hacía lo femenino que habría impulsado la aparición en escena de la Virgen María.

El texto es el que sigue:

INCERTIDUMBRE DEL ÁNIMO

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No será el miedo a la locura
lo que nos obligue a bajar
la bandera de la imaginación.

Primer manifiesto surrealista – André Breton

En este momento estoy escribiendo. Al verme haciéndolo, considero un hecho indubitable que estoy escribiendo.
Hace un rato, no más, me pasaba lo mismo mientras cenaba con mi mujer y mis hijos.
Durante la ejecución de estos actos y otros, una certeza de “realidad” me acompaña en cada acción en la que me contemplo.

De este modo, visto así tan superficialmente como acostumbramos todos a mirar la cotidianidad, nos sentimos en condiciones de afirmar que eso que vemos es lo “real” que pasa o nos pasa.

Una primera objeción se presenta a mi mente: Cuando despierto de repente de un plácido sueño o de una turbulenta pesadilla, también es patente el efecto de “realidad” que acompaña a esos procesos oníricos. Entonces, el abrir los ojos resulta ser un despertar a la duda de estar realmente despierto.

Otra forma de verlo es como lo señala André Breton en la obra citada: “El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, igual que la noche, se considera irrelevante”.

¿Contendrán las horas de nuestra diaria estadía despabilados ese espacio del tiempo que encierra la “realidad”? ó ¿Serán los sueños los únicos momentos “reales” de nuestra existencia?.
Llamamos “mirada objetiva” a aquella a la que le atribuimos el poder de referirse a lo que existe realmente, libre de los prejuicios del observador.
Aseguramos ver las cosas tal cual son. Y es verdad que una monumental cantidad de seres humanos ven, oyen, sienten lo mismo.
Cuando surgen diferencias no suelen ser sobre lo más básico (forma, color) sino de un carácter más personal, vinculadas a los gustos o sensaciones del sujeto que observa.
Decimos que el durazno es carnoso, rojo amarillento, redondo. Luego vienen las sensaciones, la enunciación de elementos más o menos subjetivos: piel áspera o suave, gusto sabroso o no, aspecto lindo o feo, etc.
Yo me pregunto si existirá una forma de probar que el durazno tiene existencia real, y que yo soy el que soy, y que mi entorno existe.
Parece una pregunta simple; hasta puede resultar absurda. Pero no tiene respuesta definitiva. Se podrán aportar diversos puntos de vista pero no una contestación que reúna todas las condiciones necesarias para tornarla irrefutable en su contenido.
Sería una situación similar a que DIOS se presentara frente a nosotros y nos dijera que es ÉL. ¿Qué elementos probatorios podría aducir?. Aun el mayor milagro pudiera interpretarse como una potestad aceptable en un ser provisto de una tecnología enormemente mayor a la nuestra y no vinculante a la naturaleza de un dios. No habría forma de demostración posible.
De alguna manera, sin quererlo, estoy también dando a conocer porque no creo que DIOS se contacte con nosotros. Sin embargo, creo en DIOS.
Sucede que: si pongo absolutamente todo en duda, la duda será la sustancia inherente a toda respuesta posible.
La pregunta propuesta (¿Existe el durazno, yo, el entorno?) y la imposibilidad de responderla, sirven para advertir otra situación: Eso que llamamos “realidad” es el fruto de una tácita convención. Todos estamos de acuerdo, “convenimos”, en que todas nuestras percepciones personales sobre el entorno y sobre nuestro propio sentir interior, confrontadas a las de nuestros congéneres y resultando coincidentes entre sí, son la “realidad”.
Cuando alguien sale fuera de esa “convención”, cuando su visión de la “realidad” no es coincidente con el modelo predeterminado, al individuo en cuestión se lo reputa como alienado, alguien que perdió la razón, que no sabe o no puede “pensar y deducir adecuadamente la verdad”. Entonces se procede a separarlo de la comunidad. De esta manera se protege lo establecido mayoritariamente como “real” y se mantiene su valor de “verdad”.
La regla es: Todos nosotros hemos coincidido sobre la “realidad” y definido qué es lo “real”.

Puede que la “realidad” sea, efectivamente, ese conjunto de percepciones que acompañan la vida de todos los días mientras nos encontramos despiertos y concientes.
Sin embargo, quizá inadvertidamente, lo más real en nuestra vida, aquello que la empuja a apuntar a un blanco futuro, que gravita y moldea nuestro porvenir desde cada segundo del mismísimo presente, son los sueños.
Toda nuestra vida es sueños y sólo sueños.
Sueñan los niños con ser mayores, los ancianos con volver a ser niños, los enfermos con curarse, los jóvenes con ser correspondidos por la persona que desean, el artista con el éxito, el profesional con el reconocimiento, el optimista con que todo saldrá bien, el desahuciado con un final inmediato.
Soñar es nuestra función motora primordial. Los “sueños” nos llevan al “hacer”. Y ese “hacer” no se basa en lo “real” sino en la fantasía propia del sueño.
No podemos dejar de “soñar” aunque estemos despiertos.
Imaginamos, “soñamos”, que a nuestros hijos no les puede pasar nada malo cuando los sabemos lejos de nosotros; que podremos darle protección cuando están con nosotros; que nos aumentarán la paga; que todos los malos recibirán castigo; que los buenos triunfarán; que si eso no pasa, nos irá bien de todos modos; que será mejor el próximo año; que nuestros seres queridos serán felices; que alcanzaremos la meta; que el enfermo se repondrá; que quizá vayamos al cielo; que llegará ese día, ese ser, ese bien, esa alegría.
Y tan necesitados estamos de soñar que cuando algo o todo falla exclamamos: “-¡No puede ser!-”.
La facultad de pensar nos ha impulsado a creernos superiores, eternos, invencibles, sabios. Nuestra soberbia nos torna incapaces de ver cuanto se vive soñando sin estar dormidos.
Uno puede quedarse con lo que tiene o procurar cosas mejores.
Yo anoto en mi lista: NO DEJAR DE SOÑAR y HACER MIS SUEÑOS MIENTRAS SUEÑO.
Si la realidad alberga formas parecidas a las pesadillas, quiero empeñarme en soñar y obrar la más hermosa fantasía a favor de una vida distinta.
Que sueños y realidad encierren la misma dicha.
¿Estaré escribiendo o será un sueño?.
Hay cuestiones que no interesa demasiado indagar, más allá del ejercicio intelectual que implican.
¡Te deseo los mejores sueños!.

Daniel  Adrián  Madeiro

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.

CUESTIONES RELATIVAS A LA ALTURA DEL SER

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... el genio sólo es un préstamo;
hay que merecerlo teniendo grandes sufrimientos,
atravesando por ciertas pruebas firmemente, modestamente;
se acaba por oír unas voces y se escribe al dictado.

Las palabras – Jean Paul Sartre

Si las palabras de Sartre son ciertas, nada es realmente nuestro en este mundo. Y no me pongo triste.
Lo pensé muchas veces antes de siquiera sospechar encontrarme algún día con esa cita.
Desde luego, me cabe aclarar que no creo que grandes sufrimientos y talento vayan necesariamente de la mano; y oír voces que nos dictan un mensaje no asegura la coherencia de lo escrito, siendo en todo caso un indicio que nos alerta de que llegó la hora de mirar con mayor atención nuestro comportamiento.
También debo dejar claro que por tratarse de un “préstamo”, quien disfrute de la condición de genio, no tiene motivos para la vanidad.
Particularmente, pienso que eso que llamamos genialidad, no es maravilla, excepción. Es un “préstamo” a aquellos que aprenden a escuchar, o escucharse, sin miedo.
Pero pasa que habiendo tanta inclinación a amar las cosas hechas antes que a hacerlas, a dormitar la siesta más de lo necesario, y quizá apoyados por una cómplice pero bien oculta defensa de nuestro afecto al ocio improductivo, se habla del genio con excesiva pompa. Siempre señalándolo como una meta inaccesible, una posibilidad de pocos, un galardón para ciertos elegidos.
Por otro lado, también recibe el título de genio la estrella que hacen brillar los medios de comunicación.
Entonces el mundo tambalea entre el ser y la nada. Se entreveran la verdad y la mentira; como dice el tango Cambalache con relación al siglo XX, y también para este, los valores se tergiversan en tal manera que termina por ser: “lo mismo un burro que un gran profesor”.

CONSIDERACIONES SOBRE LA INFORMACIÓN

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La escritura, siendo la forma espectacularmente
comprometida de la palabra, contiene a la vez,
por una preciosa ambigüedad, el ser y el parecer
del poder; lo que es y lo que quisiera que se crea de él.

El grado cero en la escritura – R. Barthes

Para simplificar cualquier consulta ampliatoria que se desee realizar sobre el presente documento, sepan los lectores que la información la extraje de Internet.
Si no fuera fidedigna, mucho les agradeceré me lo comuniquen, indicándome también la fuente.
No obstante y más allá de esta circunstancia, que me parece menor, creo que servirá a los fines que me propongo exponer.

De una nota que habría sido publicada en la Revista Orto, Nro.117, de Sep/Oct.2000, extracto lo siguiente:

“... Las oficinas de relaciones públicas como Rudder Finn Global Public Affairs han jugado un importante papel en la desinformación de la guerra en la ex Yugoslavia... Cabe mencionar la antológica declaración de principios efectuada por el director de esta empresa especializada en asesorar a Estados de todo el mundo y a idear proclamas mediáticas: “Nuestro oficio consiste en diseminar la información, hacerla circular lo más rápido posible para que las tesis favorables a nuestras causas sean las primeras en ser expresadas. Desde el momento en que una información es buena para nosotros nos esforzamos por anclarla enseguida en la opinión pública. La primera información es la que cuenta; los desmentidos no tienen ninguna eficacia” (ver La estrategia de la manipulación:
La desinformación gubernamental como arma de guerra URL: http://www.geocities.com/or4521/manipulacion.htm)

La posibilidad de que una empresa como la mencionada tenga existencia real, resulta alarmante. Digo esto porque sospecho entonces que cabe imaginar que nuestra vida pueda ser manipulada por algunos individuos que sirven a los intereses de otros.
Este tipo de organizaciones actuarían como “herramientas de desarrollo de conductas”; como un engranaje administrativo que se aboca a implantar, en la sociedad designada para ello, la “idea” que debe prevalecer.
Dice: “Nuestro oficio consiste en diseminar la información”. Con el término diseminar nos hablan de desparramar, esparcir algo en el camino por el que vamos; sembrar un terreno con una semilla, por ejemplo, donde el terreno somos nosotros y la semilla una noticia. Una noticia que debe crecer, eso es “circular lo más rápido posible” y debe quedar “anclada”, enraizada, en nosotros.
También se nos revela una receta con la cual ¡Quién sabe si querrán curarnos o enfermarnos!: “La primera información es la que cuenta”.
Algo me lleva a descartar que nuestra buena salud sea motivo de sus afanes.

Uno presagia que el mundo es cruel, pero vive cada día como si hubiera alguna esperanza. Sin embargo, el afán de saber algo más es la mano que desnuda una oculta y refinada crueldad para con nosotros mismos.
En mi caso me empecino por ahondar sobre algunos  temas. Por eso, vuelvo a colocar en un buscador, entre comillas: “Rudder Finn Global Public Affairs”.
Hay más información en otros idiomas.
En línea, el buscador me traduce un artículo publicado en inglés bajo el título: “Excerpts from an address given by Marjorie Housepian in Thessaloniki on 1 December 1994 (URL: http://www.grecoreport.com/Housepian_Lecture.htm).
Se vuelcan allí fragmentos de un supuesto reportaje al Sr. James Harff, quien sería el director de Rudder Finn Global Public Affairs.
La nota refiere cierto logro de esa compañía alcanzado sobre la opinión pública respecto a la mala imagen de Bosnia.
En un punto se leen las siguientes palabras de James Harff: "nuestro trabajo no es verificar la información; nuestro trabajo es acelerar la circulación de la información favorable a nosotros".
Pregunta el periodista: “¿Es consciente Usted de que esto implica una responsabilidad grave?".
Responde Harff: "Somos profesionales. Teníamos un trabajo que hacer y lo hicimos. No nos pagan para ser... morales".

He escuchado decir que la conducta de Séneca no se ajustaba a sus consejos. Habría sido un durísimo y ambicioso prestamista.
Para el caso del Sr. James Harff no podrá decirse que se trate de una persona con doble discurso.
Tampoco que estemos hablando de alguien inocente que actúa bajo presión.
Es evidente que quien tiene un trabajo para hacer y lo hace... “sin juicios morales”, está capacitado para provocar serios dolores de cabeza. Más aún cuando nos dice que sólo estaría dispuesto a ser moral a cambio de una paga.
En la historia de la humanidad encontramos dictadores cuya característica principal es: Hacer el trabajo que ellos consideran deben hacer, más allá de todo juicio moral.
De ser verídicas la existencia del director de Rudder Finn Global Public Affairs y sus declaraciones, también será posible en el futuro que surja un dictador con su nombre.

Como indiqué al principio la veracidad o no de estos hechos es, aunque parezca increíble, una circunstancia menor.
Lo sustancial, me  parece, es lo que se desprende de ellos.
La publicidad de estas entidades que se muestran con una frescura incomprensible, hace temer que verdaderamente existan y tengan ese tipo de directivos a cargo; y lo que es peor, que haya otras con igual ocupación de las que no sabemos nada.
Si estas que, supuestamente, existen hablan de ellas sin avergonzarse, ¿Qué será de aquellas que actúan en el más absoluto de los secretos?.
Entonces, se me ocurre que estaríamos en condiciones de asegurar que “leer el diario”, por ejemplo, sería una forma de complicidad con los manipuladores de la opinión pública.
Me quedan dudas sobre si “información” y “verdad” acostumbran ser sinónimos.
¿Cuánto hay de cierto en la crónica nacional de los periódicos?, ¿Cuánto en las notas sobre política internacional?, ¿Habrá siempre alguien que “disemine información” tomando como premisa que “la primera... es la que cuenta”?.
No puedo volver a enfrentarme a un diario sin tomar conciencia de que estoy obligado a leer entre líneas, a comparar, a pensar qué me quieren decir y para qué.
Cuando el pronóstico del tiempo me anuncia: “Probabilidad de lluvias” o “Aumento de la temperatura”, ¿Tendré que hacer una segunda lectura?.

Daniel  Adrián  Madeiro

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